jueves, 3 de diciembre de 2009

Travesía del anarquista liado.

Las luces rojas acompañaban el vidrio sucio, eleve mis dedos y sin dudarlo alcé mis pasos dentro del bus. Todos los ojos caían sobre mí, como hienas que arrebatan sus lujurias sin pensarlo dos veces. Avancé tambaleándome por el escaso control de mi cuerpo adormecido; golpeé unos cuantos codos demacrados, amedrentados que se abrían según yo aceleraba el paso y los cabellos tímidos que se arremolinaban por el ambiente asfixiante del bus.

Encontré lugar donde sentarme, abrí la ventana y sentía como el viento abrazaba mi cabeza; y el bus casi por instinto, trepaba la ciudad por la Avenida Arequipa, donde la antipatía y la vehemencia eran común, como también era común esquivar cuerpos conformes, que deambulaban buscando luces donde dejar sus pies, donde olvidar sus mentes absurdas que a de pocos se iban ahogando en la ciudad. No tome importancia de lo absurdo d sus vidas y elegí dejarme llevar por las canciones del Mp3, lo encendí y cerre mis ojos...

The Doors - Riders on the storm
"Riders on the storm
Riders on the storm
Into this house we’re born
Into this world we’re thrown
Like a dog without a bone
An actor out on loan
Riders on the storm..."

Mientras me conducia en ese letargo, evadiendo toda situacion; los jinetes iban incendiándose en mi imaginacion, iban llevando consigo cerebros marchitos, torturados por el ras del suelo que esgrimían una sonrisa infiel que se iba incorporando entre sus cuerpos. Los jinetes iban inmolandose a cada paso de su cabalgar, en cada segundo, en cada instante. La respiración se acercaba mas y mas rápida, iban cercándome, acechándome, ejecutándome; sentía ya sus grandes manos ahogar mi cuerpo. Hasta que la confusión me regreso a la realidad.

Eran esos cuerpos muertos que reclamaban que el costo de sus vidas fueran mas llevaderos, que en sus tiempos no era asi, que Velasco no era asi, que el petróleo, que los modales, que la moral, que el respeto, que nada de lo que sucedía era asi. Y claro agobiado por tanto desconcierto baje del bus y opté por caminar, aunque fuera demasiado tarde.

Abandoné el bus y faltaban aún más de 2 cuadras para llegar a la Avenida Aviación. Caminaba y las luces iban consumiéndose en los techos, todo iba tomando un matiz oscuro que se me era reconfortable. Esforzándome por dar prisa a mis pasos y un poco confuso por el olor a alcohol que según avanzaba se iba haciendo presente en mí, intentaba recordar la excusa del por que me encontraba así adormecido, replegado, sin pasos ni sombras que dirijan mi tiempo. El intento fue vano y seguí presuroso por la acera, era demasiado tarde, tal vez todo haya empezado o tal vez culminado, no me importo y solo seguí surcando la avenida hasta que los grandes murales con escritos me dieron la bienvenida.

Encerre mis dedos sobre mi bolsillo y saque lo último que tenía, llegue hasta la boletería y entregando el nuevo sol para recibir a cambio un papel en blanco que me identificaba como el número 03419 y si, también era un dígito más que se arrastraba por los pasillos inventandos por 2 semanas. Recibí el papel con la numeración y confuso por mi estado pregunte donde presentaban el libro de Enrrique Verástegui y nunca encontré respuesta directa que me diera al lugar.

-Tiene que dar la vuelta en U y pregunte en el stand de color blanco, ahí le darán todo tipo de información.

Sin dudarlo un tanto agitado corrí y un poco lioso pregunté nuevamente en que sala presentaban el libro de Enrique Verástegui y vaya reespuesta la que me dieron.

-"Buenas noches bienvenido a la 30 feria del libro que organiza..."

Yo un tanto impertinente rompí su tan proclamado discurso y reiteré mi pregunta de tan solo saber donde era la sala.

-A por supuesto busque en el catálogo, pagina 15.

Recibí el catálogo que era una especie de manual de instrucciones, que hacer, a donde ir, con quién ir, que libros comprar, que ver, hasta que por fin encointre lo que buscaba.

"Sala palabra del mudo"
Presentación de libro
Teorema del anarquista ilustrado de Enrique Verástegui
Participan: Ricardo González Vigil y Roger Antón Fabián.
Organiza: Zeta Bookstore.

Corrí con el catágolo en brazos preguntando donde quedaba la sala, hasta que mis ojos tropezaron con ella(la sala). Ingrese y el lugar se veía un tanto calmado, observe que nadie más ingresaba y todos se quedaban de pie. No hubo más opción que imitarlos; hasta que ella, tal vez sea la organizadora, me invitó a ingresar y sin dudarlo acepte dicha invitación. Busque asiento donde calmar mi confusión, pero todas andaban ocupadas a exepción de unas cuantas que se encontraban en primera fila. Opte por una que se encontraba en el último lugar.
Canse mi cuerpo y acomodándome en mi sitio sentía como la cabeza me daba vueltas en ese suspenso, en ese trance de arrepentirse de todas esas rezacas de amanecer con los ojos caídos y el cuerpo maniatado. Sentía como el alcohol barato que bebí se exitinguia por mi cuerpo; me sentía confuso como infiltrado en aquella sala. Todos atentos escuchando lo que el expositor escribía con su voz. Señores bien vestidos, trajes oscuros para no resaltar, lentes que brillban con el parpadear, rostros iluminados por el talco que marchitaba sus costumbres, ojos que se arrastraban atentamente; todos estaban en un trance, hipnotizados tal vez por las palabras o tal vez quien sabe que. Mientras yo sentado un tanto agitado, confuso con los zapatos arañados y el jean un tanto demacrado, pero no importo.

Era ya el turno de hablar de Enrique Verástegui y con la voz edificada, resonó una parte corta del libro. Mencionó psiquiatras, manicomios y otros demonios que radicalmente llevamos dentro.
Las personas un tanto tensas y nerviosas por tan extraña sensación de escuchar lo leído no atinaban mas que a sumarse a su silencio y estar atentos ante todos. Mientras tanto Enrique Verástegui acomodando la maleta que se sujetaba aún de sus hombros un tanto a escondidas iba acomodándola de a pocos sin importar que recalcitrara su cuerpo para luego avecinarse a cantar Himno a Paris, para despejar esos cuerpos tensos y preocupados que ocupaban la sala.

Entre aplausos que eximían las huellas de sus dedos todo terminó, cogí el libro y me acerqué para tal vez intentar estrechar la mano de él. Me acerqué y esquivando copas que se rapartían en el lugar esperé mi turno para poder saludarlo.

-Como te llamas, fue lo primero que escuché.
-Fernando.
-¿Y que haces por la vida?
-Aún no lo sé.

Y con una mirada desdeñosa, empuño el viejo lapicero que tenía entre dedos y lentamente escribió.

"Para Fernando que tiene el S. XXI, con afecto,
Enrique".

Música